Carolina y su compromiso político
- Paquita C.Coronado
- 28 mar 2022
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Nuestra autora, férrea defensora de la emancipación femenina, cuestionó, como ya hemos adelantado en entradas anteriores, que la mujer careciese de voluntad en aquel injusto sistema social de su tiempo que brindaba a los hombres de mayores oportunidades de ascenso y pleno control sobre sus esposas, siempre silenciadas y apartadas a lo doméstico. Hoy, todavía hoy, los grupos minoritarios, entre los que, por desgracia y a pesar del número, se encuentran las mujeres, soportan el yugo de un patriarcado rancio que respeta los derechos humanos de aquella manera. Y como tengo yo cierto cariz activista y quien avisa no es traidor, lo que aquí vas a encontrar es, quizá con un tono más pasivo-agresivo del que debería, un muy breve speech sobre Carolina Coronado y su compromiso político que pretende visibilizar que hace poco más de siglo y medio había mujeres con mucho que decir a una opinión pública secuestrada por hombres.
Carolina fue, a todas luces, distinta, pero en el mejor sentido de la palabra, claro, porque sus diferencias explícitas con el sistema, su empatía con los marginados y sus ganas de crear un mundo social, en la práctica, igualitario, al menos durante la primera mitad de su vida, fueron parte de esta mejora de condiciones que vivimos los de nuestra generación. Ella, siempre relegada a su faceta poética, ni siquiera narrativa, fue progresista, abolicionista, diplomática y un tanto clandestina. Os contextualizo: tras la irrupción del liberalismo en España bajo el gobierno de los Bonaparte y tras algunas idas y venidas con Fernando VII, los regímenes primero de la regente María Cristina y después de Isabel II anunciaron un cambio del absolutismo monárquico, de la nación en dos partes, del país con colonias, en una todavía pseudodemocracia restringida a la renta que aceptaba, aún con reservas, la independencia de los americanos. Pues, así las cosas, el abuelo de la Coronado, un tal Fermín, diputado liberal de las Cortes de Cádiz, pagó los platos rotos a la vuelta del absolutismo: le expropiaron el patrimonio y le encerraron, y Carolina, por entonces una cría, vivió en sus carnes la persecución por razones políticas de su familia. Simpatizó con la segunda oleada liberal revolucionaria, la de 1830, la burguesa, que impulsaron al trono francés a Luis Felipe de Orleans, el Napoleón de la Paz. Ella, comprometida con la justicia social que en este siglo abanderaba el liberalismo, dirigió a los soldados voluntarios de Badajoz contra los carlistas (absolutistas) y bordó el emblema isabelino en las banderas (Monterde García, 2011: 408-412).
En los sesenta, nuestra autora recibió noticias de la Guerra de Secesión, el fratricidio entre unionistas (abolicionistas, parlamentaristas...) y confederados (esclavistas) de los estados anglosajones de América del Norte. Y mientras que España, aún metrópoli de Cuba, donde era propietaria de plantaciones esclavistas, apoyó a los segundos, Carolina se mantuvo públicamente del lado de los primeros (búsquese la «Oda a Lincoln»). De hecho, en los años inmediatos, presidió la Sociedad Abolicionista de Madrid. Este conflicto afianzó la trayectoria ideológica de Carolina, volcada de una vez por todas en la causa liberal, crítica con la guerra como instrumento para la paz y defensora del abolicionismo universal, no solo el afroamericano. Estaba bien informada de la última hora. Horacio Perry, primer diplomático de la delegación norteamericana en España y su esposo, intercedía entre los contendientes (Monterde García, 2011: 409-410).
El matrimonio Coronado (nótese que lo normativo sería decir «el matrimonio Perry») medió en otros conflictos, por ejemplo, el levantamiento del cuartel de San Gil, año 1866, y si bien desconozco la línea de su intervención, mucho dice que desde entonces la Corona y el Gobierno de O'Donnell se distancien de ellos. A partir de este momento, por tanto, nos encontramos con una Carolina que antepone sus ideales a la protección de la clase política, una opositora de armas tomar. En 1868, cuando se desencadenó la Revolución Gloriosa y la Corte de Isabel II se exilia, planteó al gobierno provisional, junto a Rafael María de Labra Cadrana, la denominada «libertad de vientres», la manumisión de los esclavos (Monterde García, 2011: 414-417). Y protegió en su vivienda, que por el principio de extraterritorialidad de los espacios diplomáticos era inexorable para los poderes españoles, a Emilio Castelar, diputado en Cortes y futuro presidente de la I República, y a otros políticos acusados de traición como Manuel Becerra (ministro de Ultramar y de Fomento en los setenta), Cristino Martos (presidente del Congreso en la década de los noventa) o Baltasar Hidalgo de Quintana (el cabecilla de la revolución). La autora, para proteger el cuello de este último, le refugió en la casa consular sin contar ni siquiera con el permiso del embajador John Parker Hale, quien, por cierto, era simpatizante del bando isabelino (Monterde García, 2011: 417).
Dicho esto y en conclusión, si es que algo podemos concluir de estas líneas, Carolina fue más que poeta, más que narradora. Fue toda una mujer revolucionaria, progresista, protectora del marginado, diplomática, antibeligerante, clandestina... Ella, nuestra Carolina, no pasó por aquí, por la vida, sin pena ni gloria, quiso un mundo más justo e inmaculado. Así que, a riesgo de sonar repetitivo por tanto ímpetu, reafirmo que nuestra Carolina fue una mujer con mucho que decir a una opinión pública secuestrada por hombres.
Referencias:
Monterde García, J. C. (2011): "Perfiles socio-políticos de Carolina Coronado", Actas de las II Jornadas de historia de Almendralejo y Tierra de Barros, pp. 408-417.
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