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Entre Coronado y La Avellaneda. Una escritura femenina

  • Foto del escritor: Paquita C.Coronado
    Paquita C.Coronado
  • 16 mar 2022
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 20 may 2022

El estudio de las letras femeninas aún no se ha igualado cuánticamente a los siglos de historia y literatura masculina.



Durante el siglo xix, pueden rastrearse destellos con ánimos inaugurales de una suerte de concientización de la cuestión femenina, ya sea en su forma social, literaria, cultural, etc. En la literatura, se plantea un panorama que expone al menos dos caras del asunto: la continuación de la romantización de la figura femenina envuelta en conflictos amorosos sin mayor trasfondo y, por otro lado, una «ruptura» precisamente con estos cánones, se vislumbra un anhelo por visibilizar a la mujer y arrancarla así de la tradición patriarcal y paternalista que incluso hoy sigue siendo su principal verdugo.

En este universo se emplazan dos escritoras que, de cierta forma y como su época les permitió, optaron por la segunda cara: Carolina Coronado y Gertrudis Gómez de Avellaneda. La primera, española; la segunda, cubano-española. Ambas incursionaron tanto en el verso como en la prosa y sus textos fueron testigos de los mismos hechos y quisieron las mismas cosas. De ahí que compartan imágenes, juegos, anhelos, temáticas. Aunque los separan unos años, el poema «En el castillo de Salvatierra» (1949), de Coronado, por ejemplo, se enfrenta y se mira en Diario de amor (1901), obra de La Avellaneda:


Soy libre, y lo eres tú; libres debemos ser ambos siempre, y el hombre que adquiere un derecho para humillar a una mujer, el hombre que abusa de su poder, arranca a la mujer esa preciosa libertad: porque no es ya libre quien reconoce un dueño.

Diario de amor (1901)


Yo soy ave del tronco primitiva

Que al pueblo se llevaron prisionera,

Y que vuelvo á esconderme fugitiva

Al mismo tronco de la edad primera.


No pudo el mundo sujetar mis alas,

He roto con mi pico mis prisiones

Y para siempre abandoné sus salas

Por vivir de la sierra en los peñones.


Yo libre y sola, cuando nadie intenta

Salir de las moradas de la villa,

He subido al través de la tormenta

A este olvidado tronco de Castilla.

«En el castillo de Salvatierra» (1949)


Hay una libertad que es nota común, imágenes del hombre —el hombre que subyuga y humilla— y la mujer enfrentados, la reivindicación de ella no ya como un bien, como una posesión que debe buscar y tener irremediablemente un dueño, sino como un ave que ahora necesita volar para ser libre al fin.

Metáforas de esta índole se encuentran en las letras de ambas autoras. A La Avellaneda le preocupa la situación femenina, la esclavitud, el amor y sobre ello escribe. Coronado ataca sin miramientos al patriarcado establecido, al destierro consciente de la literatura femenina y sobre ello escribe.

Más allá de la geografía de las autoras, hay un mapa social que comparten y que, a diferencia de sus contemporáneas, deciden cuestionar y, de ser posible, quebrar.





 
 
 

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